Virginia García del Pino

«La “lógica aplastante” de su obra»

Por Nora Ancarola

La cámara de Virginia García del Pino no suele colocarse en el lugar de la entrevistadora-observadora, tampoco en el de la directora de ficción, como sucede habitualmente con las de las documentalistas de creación, sino en el lugar de la «lógica aplastante», parafraseando a Morrosko Vila-San-Juan (*75) cuando habla de los argumentos y las estrategias que la cineasta utiliza en su proceso de trabajo.

Planteamientos sin concesiones al artificio, de factura muy sencilla y sin atajos, sus trabajos nos devuelven un espejo con alguna verdad escondida, alguna verdad que se vislumbra por momentos monstruosa. Porque la verdad «siempre es monstruosa» según esta realizadora que estudió Bellas Artes para «intentar entender el mundo desde una óptica menos dolorosa», que dirige proyectos en el máster de Documental creativo de la UAB y filma con la más absoluta libertad, evitando intermediarios y productoras y realizando proyectos con escaso presupuesto, aunque con una riqueza formal y temática poco habitual. Sus personajes se encuentran en situaciones poco previsibles y nos muestran momentos del comportamiento humano que solo se encuentran entre las fisuras de la propia realidad.

Me pregunto si será el cine de Virginia una cinematografía menor a la manera en que Gilles Deleuze y Félix Guattari hablan de Kafka el desterritorializado, (*76) el que narra sin metáforas, sin sistemas ocultos ni hermenéuticas secretas. Cuando dicen que la complejidad de la obra no responde a la complejidad del lenguaje ni al enriquecimiento forzado de su lengua no materna, sino a la intensidad, a la búsqueda denodada de la restitución que se percibe en ese extrañamiento que ella misma piensa que refleja su cámara. Una literatura menor, según los autores, no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una mayor, en que un fuerte componente de desterritorialización la hace inevitablemente política, inevitablemente colectiva.

En sus comienzos en México, entre los años 2001 y 2004, trabajaba con un proyector de diapositivas y un radiocasete que reproducía el sonido. La dificultad de enlazar imagen y sonido la lleva a optimizar la carencia y a crear nuevas lecturas y nuevos significados alejándose de la mera ilustración del sonido o el acompañamiento sonoro de la imagen.

Una situación que le proporciona una libertad insospechada. Y esta capacidad de trabajar con lenguajes minados encauzándolos por una línea revolucionaria y sobria, transformándose a la vez en nómada, inmigrante, gitana, como cuando Kafka dice: «robar al niño de la cuna, bailar en la cuerda floja», es la que hace de Virginia García del Pino una cineasta necesaria.

Algunas obras, como Lo que tú dices que soy o El jurado, tienen una primera lectura accesible, incluso en algún momento algo abstracta y algo hipnótica, pero apenas nos adentramos en otras capas de lectura aparece una realidad que nos quiere mostrar el obrar humano. Una obra entre el documental y el cine de autor vinculado, indudablemente, al videoarte. Los recursos técnicos son siempre elementos perfectos para que esa realidad se nos presente como inevitable y por momentos inabarcable.

De El jurado nos comenta:

«El acceso al juicio para la prensa es un balcón desde el que tienes una vista general de la sala, en la que el juez queda al frente, los abogados y fiscales a la izquierda y el jurado a la derecha. De manera que, grabes lo que grabes desde esa ubicación, siempre tendrás un plano picado. En mi caso, ese plano picado me venía perfecto para evidenciar la autoridad de la cámara y mi postura ante el jurado. Ellos están ejerciendo el poder sobre aquellos que están juzgando y yo estoy ejerciendo el poder sobre ellos, que no pueden escapar a la cámara; les estoy juzgando.

Respecto a la textura, los planos son pixelados porque estaba a tanta distancia de ellos que tuve que accionar el zoom digital para poder observar los gestos de los miembros del jurado. Ese píxel desdibuja sus rostros y ayuda a abstraerme del tema y del objeto grabado, de manera que cuanto más intentaba acercarme, más me alejaba de esa verdad que buscaba en sus rostros. La utilización del zoom, sobre todo en documental, marca tu postura como realizadora, de cobarde, de voyeur, y era así como me interesaba estar, porque era así como me sentía ante lo que estaba buscando».

En esta obra no hay concesiones al espectador, el cual irá entrando en la situación, en la que se le desvelará poco a poco no una trama al uso, sino un devenir de expresiones contenidas de las personas jurado, que muestran la desazón que les provoca el peso de la responsabilidad que les ha tocado asumir.

Si nos remitimos al trabajo cinematográfico, los primerísimos planos nos recuerdan a Kiarostami, Sokurov o Pavel Kogan, pero, a pesar de que abarcan todo el encuadre, me recuerdan los fuera de plano de la pintura barroca, que intentaba encontrar la verdadera realidad en la zona más alejada de los centros de atención, o los segundos planos inquietantes en las obras de Munch o Füssli.

Son obras donde no hay nada previsible; no son de denuncia, aunque son profundamente críticas y ponen de relieve la normalización de la injusticia que subyace. Un ejemplo de ello es Sí, señora, una obra del año 2012 realizada en México y que trata de la relación entre la señora y la sirvienta. No es un trabajo que reclama sobre la situación laboral desfavorable de las trabajadoras, ya que son tratadas con respeto y hablan con satisfacción de su situación. El documental nos hace reflexionar sobre esta relación entre sirvienta y señora aceptada con absoluta normalidad y que difiere de cualquier otra relación laboral. Lo importante no es lo que se dice, sino lo que se acepta como inevitable, lo que no se dice. Los anhelos condicionados por la clase en la que cada una de ellas está instalada.

Volvemos al fuera de cuadro, el del relato, la fisura que se erige como central en la narración y que se nos evidencia como el centro. Como el centro legítimo que se nos manifiesta en otra obra, Espacio simétrico, en la que todo se configura en una dualidad entre documental y ficción, entre cine y vídeo, lo femenino y lo masculino, en la que una mujer desconsolada por su enfermedad y un astronauta pueden recorrer un espacio que guarda en cierto modo cierta simetría. Pero no es la metáfora del viaje —tantas veces utilizada en referencia a la muerte— de lo que habla Virginia, sino de las grietas de esos dos mundos paralelos que se cruzan en la soledad intransferible frente a los retos de la vida y la muerte.

Luego de visionar una y otra vez el trabajo de la cineasta, es Pare de sufrir, una de las obras realizadas en México en el año 2003, la que desarrolla a mi criterio con más sencillez y efectividad esta búsqueda de la autora por encontrar y transmitir una visión menos dolorosa del mundo, fuera del cuadro, fuera del relato central.

Se trata de un documental de ficción discontinuo en el que se habla de temores, de situaciones enormemente injustas, de futuros poco promisorios, de relatos desgarrados aceptados como naturales y cotidianos; en el que se cruzan imágenes de la sociedad de consumo —reflejo de los rasgos culturales y religiosos de la ciudad, Guadalajara—, y en el que una mezcla de voces y anhelos crea un ritmo que fluye en una narración no sin humor, aunque siempre dentro del marco de la realidad monstruosa.

Pare de sufrir trae al centro todo lo que está al margen, territorializa lo que de ningún modo tiene su centralidad en nuestra sociedad, acaricia a los que sufren, a los desposeídos que tienen tanto que contar, les da voz, sin condescendencia, simplemente con un juego algo lúdico de imágenes que los hacen más cercanos, más reales.

Es esta obra, a pesar de ser una obra de primera época y de la cual Virginia García del Pino ya se siente algo alejada, la que vinculo de manera particular a la gestión del malestar y a la vez, de común acuerdo con Josetxo Cerdán, (*77) relaciono de manera clara con su biografía personal, acción que confieso, al igual que el autor, algo tópica, pero a pesar de ello absolutamente necesaria por el carácter y la singularidad del trabajo.

Nacida en La Verneda, a orillas del Besós, una de las zonas pobladas por los «otros catalanes», Virginia será en los años ochenta parte del gran núcleo de jóvenes de la clase obrera que accederán, gracias a la democracia, por primera vez a la universidad. Al poco tiempo accede a una de las becas de la Generalitat y realiza su viaje a México, donde crea la obra con una cámara de fotos y un radiocasete.

El primer fotograma, en el que aparece la imagen de la congregación religiosa Pare de sufrir, va acompañado de una voz en over que dice:

«Mi fotografía no aparece porque no nací. Mi nacimiento sería precioso. Para nacer me habrían tenido que decir que sería feliz. No sé por qué estoy aquí, no tengo ni idea...»

A partir de allí, las voces se suceden y, a pesar de ser frases muy duras, hay un cierto efecto humorístico, un humor esencialmente humanista. Pero es el humor que se puede permitir quien conoce ese dolor, ese estado de gracia del que habla de la dura vida y la muerte inevitable con ingenuidad y sabiduría: «Los pobres no deberíamos trabajar. Ser pobre ya es un trabajo, ¿no?», dice uno de sus personajes.

Pude visionar por primera vez Pare de sufrir en el Instituto Francés de Barcelona, en el entorno del seminario «El derecho a ser infeliz. Sobre las políticas de control del comportamiento humano y la psicotropificación de la sociedad», organizado en la Fundación Tàpies de Barcelona en mayo de 2016 (*78). En estos encuentros, el debate se centraba en imaginar dinámicas liberadoras que desafiaran las estructuras de control y normativización poniendo en diálogo las prácticas artísticas, el psicoanálisis y las ciencias humanas. El trabajo de Virginia García del Pino se pudo ver en paralelo a otro documental de 1991, A Breakdown (and) After the Mental Hospital, de Anne Charlotte Robertson. Un monumental autorretrato, un enorme corpus de 36 horas, divididas en 85 bobinas de 26 minutos, Five Year Diary, es la obra más importante de la directora. Abarca dos décadas. En esta crónica, Robertson documenta de manera franca su lucha por sobrevivir contra la depresión. Una verdadera experiencia terapéutica. Los escasos 7 minutos de Pare de Sufrir pueden parecer una nota al pie de página del trabajo de Robertson. Sin embargo, nada más lejos; las imágenes discontinuas y los textos produjeron un gran impacto emocional. En ellos, es el margen el que habla, los que están en los intersticios y que se reconocen como los desfavorecidos, pero no por ello se sienten víctimas, sino que nos muestran sus pensamientos cotidianos con un cierto humor y desenfado.

Es por este impacto emocional y por esa falta de victimismo que poseían sus personajes —incluso los más desprotegidos— que nos pareció oportuno, desde el marco de Politizaciones del malestar, convidar a Virginia García del Pino a realizar un proyecto específico.

El proceso de trabajo ha sido —y continúa siendo— muy estimulante. Pude comprobar de primera mano lo que la visión de sus obras me transmitía. Procesos reflexivos acompañados de propuestas sencillas iban desvelando una lógica de trabajo muy cercana a las propias relaciones humanas. El proyecto nace y se desarrolla con la misma naturalidad con la que la artista habla y conecta con los que le rodeamos. La participación de Bòlit de Girona en el proyecto originado en el Centre d’Arts Santa Mònica (*79) permite un giro inesperado y los espacios propuestos generan unas posibilidades que Virginia supo aprovechar sabiamente:

«La política se ha degenerado y ha dejado de tener sentido y, en muchas ocasiones, el arte también. Es por esto que he querido hacer una obra colaborativa, que no sea una representación de un discurso o una producción de algo material, sino que, aunque sea por un instante, ayude a reconectarnos. Las madres cantan a sus hijos para que no tengan miedo y, de alguna manera, tenemos el canto como algo que nos protege de la oscuridad del mundo. En definitiva, la música no necesita de la razón, es algo directo, algo que nos toca, y cantar a más voces puede ser una buena forma de empezar a dialogar».

De esta manera, la capilla de Santa Llúcia se transforma en el marco perfecto para desarrollar lo que el filósofo tan admirado por la artista Josep Maria Esquirol promueve: «vivir es sentir la vida y eso es un milagro». El proyecto, que no nace como un proyecto colaborativo, acaba siéndolo por la propia naturaleza del desarrollo y no como propuesta preconcebida. De manera que Elsa de Alfonso, artista musical, se erige como una pieza clave en el trabajo y crea unos presets para alterar las voces en el momento de cantar y Mariona Aupí y Don Simón y Telefunken serán los iniciadores de estos micrófonos emocionales que empiezan su andadura con un concierto inaugural y que durante una semana irán permitiendo que grupos de personas de todas las edades y condiciones puedan conectar, a través de su canto, con sus espacios íntimos de melancolía o de alegría compartida.

Es así como Quien canta su mal espanta se ha transformado en espacio colaborativo, de gestión de malestares y emociones. Un espacio de protección y diálogo concebido a través de una «lógica aplastante», la lógica de una creadora que sabe reconocer su entorno y leer sus claves para ofrecer un espejo en el cual podemos encontrarnos.

Luego de la experiencia performática, la obra tendrá su formalización en formato de vídeo 360o, para poder visualizarse con gafas de realidad virtual, con las que los espectadores podrán tener una experiencia singular, muy lejos de las guerras virtuales que se nos ofrecen habitualmente. Una obra en la que las relaciones entre las personas implicadas —incluyendo a los espectadores— se tornan incalificables; en la que verdad y mentira, dramatismo y humor, juegan el papel de gestores de las emociones.

Finalmente, no querría dejar de mencionar que Virginia García del Pino no transita sola este camino de transitar en la fisura. Afortunadamente, pudimos ver a toda una generación de artistas y cineastas —en gran parte mujeres— en la muestra D-Generación. Experiencias subterráneas de la no ficción española I y II o en festivales como Punto de Vista de Navarra, la Muestra de Cine Documental de Madrid o La Mostra Internacional de Films de Dones y La Alternativa de Barcelona, entre muchos otros nacionales e internacionales. Esto, lejos de desmerecer la gran labor de la cineasta, demuestra, por el contrario, la importancia de que un grupo de cineastas haya decidido poner la mirada en espacios y personajes lejos de estereotipos para construir una humanidad más colectiva y solidaria y explorar en la extrañeza de la existencia sin prejuicios. Un espacio difícil a la vez que estimulante, en el que Virginia García del Pino se desarrolla como una gran maestra.

Nora Ancarola

Es licenciada en Bellas artes por la Universitat de Barcelona. Artista visual, vive y trabaja en Barcelona desde el año 1978. A partir del año 1998 dirige junto con Marga Ximenez MX Espai1010, espacio de arte contemporáneo de Barcelona, con la cual también crearon MX Edicions1010 en 2004, que recibió el premio a las Iniciativas de la Asociación de Críticos de Arte de Cataluña el 2008. Ha recibido varios premios y becas y su trabajo profesional se realiza en una línea de producción independiente y de investigación.