Una aproximación al malestar

Fermentos contestatarios en la producción artística

Por Laia Manonelles Moner

«No hay nada que hacer».
Pero si no hay nada que hacer,
entonces todo está por hacer.

«Mi vida no vale nada».
Pero si mi vida no vale nada,
entonces ningún miedo me atenaza.

«No creo en nada».
Pero si no creo en nada,
entonces puedo creer en lo que me hace vivir.

«¡No puedo confiar en nadie!»
Pero si no puedo confiar en nadie,
entonces tengo que empezar a dudar de mí. (*6)

El presentimiento n.o 30,Fábricas de la impotencia, enfoca la fuerza de un nosotros anónimo que nos recuerda que «todo está por hacer» frente al posicionamiento de «no hay nada que hacer». El colectivo Espai en Blanc (*7) propone los Presentimientos,concebidos como hojas de agitación listas para imprimir y distribuir, como armas para intervenir en el combate del pensamiento. Santiago López Petit, uno de los miembros que fundaron Espai en Blanc conjuntamente con Marina Garcés y Wenceslao Galán, se pregunta cómo desenraizar las sensaciones de impotencia y de pérdida de control provocadas por la época global pospolítica (*8). López Petit apuesta por el combate de la existencia, por la fuerza del anonimato, y subraya la potencialidad de las experiencias compartidas en las que se politiza un malestar sistémico.

La necesidad de tomar la palabra para denunciar distintas problemáticas sociales y políticas puede articularse de modos distintos y las prácticas artísticas devienen un fecundo campo de experimentación y de hibridación de disciplinas y activismos. El proyecto Politizaciones del malestar pretende visibilizar, desde distintas perspectivas, el abuso que ejerce la sociedad neoliberal sobre los ciudadanos y entiende la creación como una vía para repensar nuevas tácticas para intervenir en la cotidianidad (*9). En relación con tales ideas, Laura Mercader expone cómo puede producirse un desplazamiento de la «sociedad del malestar» a la «sociedad del bienestar» (*10) al abrir un espacio político feminista en el que se trabaja desde la ética del cuidado (*11), en el que las relaciones y los afectos se tejen desde la empatía. En una dirección parecida, Alfonso Levy destaca la relevancia de la emoción para conmovernos y movernos, con lo que revela que concibe la creación como una necesidad (*12), a la vez que reivindica la capacidad de afectar y ser afectado en un contexto neoliberal, patriarcal y racional que pretende desarticular la potencialidad de los vínculos relacionales. En tal escenario, el arte puede transformarse en un instrumento para dar forma al malestar compartiendo y conectando aquello íntimo con una dimensión política.

Asimismo, hay que destacar que determinadas prácticas artísticas manifiestan una clara voluntad de forjar espacios de interacción entre la creación, la política y el activismo. Con todo, es preciso tener presentes las suspicacias que suscitan ciertas iniciativas colaborativas que se llevan a cabo en museos e instituciones artísticas, que pierden —según el parecer de diversosautores— su capacidad crítica al ser neutralizadas por el mismo sistema que rebaten. Precisamente, la gestora cultural independiente Mijo Miquel cuestiona la proliferación de convocatorias que pretenden implicar a los artistas en procesos sociales sin considerar la necesidad de los tiempos propios de la producción colectiva, con lo que propician «espectáculos». Sin embargo, a pesar de la banalización de los procesos participativos en ciertas propuestas artísticas, Miquel aboga por recordar que el arte también puede producir sinergias entre formas representativas, visibilizaciones comunitarias y una transformación social:

«Por lo tanto, se trataría de reducir el egocentrismo artístico sin renunciar a la calidad de la representación, activando todas las capacidades propias de las artes al servicio de un proceso comunitario que exige implicación, respeto a las temporalidades, inclusividad y doble rigor, de manera que se entienda que la participación es un movimiento de ida y vuelta, que en vez de cooptar procesos sociales, aprenda cómo fomentar un movimiento participativo autónomo». (*13)

Joan Minguet y Manuel Delgado, en el marco de las entrevistas realizadas en el proyecto Politizaciones del malestar, exponen claramente el riesgo de que los museos y los centros artísticos cautericen cualquier posibilidad contestataria, al mismo tiempo que resaltan que el arte verdaderamente transformador tiene lugar fuera de las instituciones. Delgado cuestiona abiertamente la estetización de las luchas sociales en contextos urbanos mediante ciertas fórmulas de arte público que artistizan las penurias de los excluidos sociales y, con ello, caen en el riesgo de crear entretenimientos en unas ciudades convertidas en parques temáticos. (*14)

¿Puede el arte convertirse en un instrumento para politizar el malestar e impulsar un pensamiento crítico? ¿Pueden las prácticas creativas trascender el ámbito meramente artístico? Justamente, Elsa Plaza asevera cómo la creación tiene la potencialidad de simbolizar el malestar y destaca, a modo de ejemplo, propuestas artivistas como Carmela, una guillotina gigantesca —confeccionada por la asamblea del barrio del Carmelo de Barcelona— que se convierte en una plataforma ambulante de justicia con el fin de denunciar el abuso de los políticos (*15). ¿Cuál es su modo de proceder? La Carmela corta unos simbólicos chorizos —cada rodaja contiene el rostro de un político corrupto— para repartirlos entre la ciudadanía en el transcurso de manifestaciones reivindicativas (*16). De este modo, el sentido del humor se convierte en una eficaz herramienta para enfocar injusticias y conflictos.

Dentro de tales parámetros cabe apuntar que, en un campo de trabajo poliédrico, paradójico y resbaladizo, «todo está por hacer» y todo es posible. Aristóteles argumentaba en La política que el arte humaniza, puesto que afina la sensibilidad, mejora el carácter y promueve el conocimiento (*17). Esta capacidad de humanizar y de interpelar la recogió Juan Goytisolo en el discurso que pronunció cuando recibió el premio Cervantes: (*18) «No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura» (*19). Introducir el fermento contestatario en el ámbito de la creación es una estrategia para transformar el malestar sistémico en el que vivimos desde dentro, desde el compromiso. La determinación de amalgamar la experiencia vital y artística fue desarrollada en las vanguardias por el dadaísmo, el surrealismo, la Internacional Situacionista, el arte de acción y diversos grupos activistas. En la actualidad, tal y como apunta Gerard Vilar, existe una dificultad para hacer arte político a pesar de que existe un ansia moral en la producción artística (*20). En tal escenario, cabría preguntarse si el arte puede servir de catalizador para transformar puntos de vista, puesto que la creación puede devenir un dispositivo para dar que pensar al entrecruzar los vasos comunicantes entre las prácticas artísticas y la resistencia:

«Deleuze creía que todo verdadero acto de creación es un acto de resistencia. Cabría decir que, a la inversa, para que haya verdadera resistencia tiene que haber verdadera creación. Por eso el arte tiene un papel en este drama histórico en el que todos participamos. Quizás el del arte no sea el más importante, sin duda. Tampoco parece que lo sea el de la filosofía, pero como laboratorio generador de ideas, de conceptos y preceptos, al arte y a la filosofía hay que sacarles el máximo partido posible». (*21)

Laia Manonelles Moner

Es doctora en Historia del arte por la Universitat de Barcelona, donde actualmente es profesora agregada interina. Es miembro de los grupos de investigación AASD (Arte, Arquitectura y Sociedad Digital) e Interasia. Centra su investigación en el arte de acción y el arte experimental en la China. Una muestra de estos estudios son los libros Arte experimental en China, conversaciones cono artistas (Ediciones Bellaterra, 2011) y La construcción de la(s) historia(s) del arte contemporáneo en China: conversaciones cono comisarios, historiadoras y críticos (Ediciones Bellaterra, 2017).