El derecho a ser infeliz

Sobre las políticas de control del comportamiento humano y la psicotropificación de la sociedad

En el controvertido libro The Happiness Industry: How the Government and Big Business Sold Us Wellbeing, (*32) William Davies expone cómo la felicidad ha pasado de ser un estado de bienestar a una nueva forma de hacer dinero para el capitalismo contemporáneo. El aumento exponencial del uso de fármacos y antipsicóticos para la cura de malestares de todo tipo —depresión, ansiedad, etc.— pone de manifiesto este cambio radical sin precedentes en la medicación psi- coanalítica. Han incrementado los fármacos recetados para distintos tipos de depresiones, o las terapias para evitar determinados estados de ánimo que no se aceptan socialmente, como la tristeza, la melancolía, el decaimiento, la rabia, el hastío, la cólera, la histeria o la desazón.

El creciente recurso a los medicamentos deja claro que el aumento de los problemas de salud mental no se puede pensar en términos estrictamente médicos, sino que necesita comprenderse en su contexto sociopolítico. Paul B. Preciado afirma que «la píldora es un laboratorio estatal miniaturizado instalado en el cuerpo de cada consumidora. En la era farmacopornográfica, el cuerpo se traga el poder» (*33). En la práctica, la felicidad es un producto de consumo como otro cualquiera, y nuestras emociones, la nueva religión del siglo xxI.

Aunque la medicación obviamente estabiliza la conducta y las emociones, elimina en el paciente algo tan humano como la autorreflexión, el reconocimiento, el duelo, la capacidad de regular independientemente las emociones y la libertad de sobreponerse —o no— a estas. Además de otras esferas y entornos utilizados po- líticamente para controlar dicho comportamiento —la formación, la legislación, la esfera pública, la arquitectura o las pautas de comportamiento—, la psicotropificación actúa como un potente programa de control social amparado por la ciencia. Pero, ¿qué podemos hacer para mantener nuestro derecho a ser diferentes, excéntricos, a no trabajar, a no ser productivos, a estar tristes, obsesionados, a no concentrarnos, a no ofrecer excelentes resultados, a no ganar dinero, a no contribuir en la sociedad, a hablar sin sentido, a oír voces, a tener visiones, a tener pesadillas... a no ser felices?

¿Cómo podemos pensar en la construcción y reconstrucción de posibles modelos de la conciencia humana en contra de este fenómeno? ¿Podemos imaginar dinámicas emancipadoras del comportamiento que desafíen las estructuras de control? ¿Cómo generar espacios de infección afectiva a través de prácticas grupales? ¿Cómo poner en diálogo los lenguajes artísticos, el psicoanálisis y las ciencias sociales? ¿Cómo emancipar la imagen de pensamiento normalizada por el aparato politicoracional? ¿Pueden las prácticas colectivas de conversación, reconstrucción o ensayo representar un ejercicio de resistencia?

Afectados por todas estas cuestiones, quisimos trabajar sobre las políticas de control del comportamiento humano —tema curatorial 2016-2017— invitando a nuestro programa de residencia de primavera a los artistas Valentina Desideri y Warren Neidich y a la curadora Florencia Portocarrero, quienes fueron rea- lizando y materializando sus procesos de análisis e investigación a través de distintos formatos a lo largo de los tres meses. El programa curatorial tuvo un momento cúspide en mayo 2016 con el evento «El derecho a ser infeliz. Sobre las políticas de control del comportamiento humano y la psicotropificación de la sociedad» (*34), que incluyó películas, performances, instalaciones, prácticas y conversaciones de los invitados en diálogo con el público. Durante dos días, en que participaron, además de los residentes citados, otros practitioners y «profesionales del cuidado», como los psicoanalistas Montserrat Rodriguez Garzo y Josep Rafanell i Orra, la documentalista i cineasta Virginia García del Pino, los artistas Silvia Maglioni & Graeme Thomson y Dora García, los curadores Bárbara Rodríguez Muñoz, Mathilde Villeneuve, Alexandra Baudelot y Carles Guerra, se fue generando un espacio de reflexión, enunciación y ensayo compartido para repensar el malestar como energía de transformación social. (*35)

BAR project

BAR es una organización sin ánimo de lucro, independiente y móvil dedicada a promover el intercambio artístico a través de residencias, colaboraciones locales, nacionales e internacionales y el desarrollo de un programa público que surge de proyectos curatoriales y de investigación.

BAR es un colectivo curatorial que desarrolla nuevas formas de relación y trabajo, ampliando el radio de acción y promoviendo direcciones distintas a las establecidas. A través de sus proyectos y de sus propias dinámicas, investiga para incidir en temas que considera esenciales en el actual paradigma político, social y económico: cómo articular su propio sistema de trabajo, cómo relacionarse con otros profesionales e interlocutores, repensar el lugar que se quiere ocupar dentro del sistema de trabajo post-fordista inmaterial y del ritmo marcado por el contexto.

BAR se propone iniciar colaboraciones de largo recorrido con proyectos que puedan tener afinidades en cuanto a intereses y formas de hacer, tratando de poner en práctica nuevas dinámicas e inventar su propio escenario en el cual experimentar con otras formas de relación y agencia con el mundo que nos rodea.

BAR toma como nombre y punto de partida uno de los lugares de reunión social por antonomasia en nuestra cultura para extrapolarlo a nuestro ámbito y trabajar desde ahí. Ese lugar es el bar popular de café y caña, pensado cómo escenario para concebir nuestro pensamiento.

BAR apuesta por la hospitalidad como motor de su forma de trabajo, pensando esta como idea y estrategia, como espíritu, actitud y modo de acción.

BAR es un proyecto iniciado por los comisarios independientes Juan Canela, Andrea Rodriguez Novoa y Veronica Valentini.

www.barproject.net