Fatiga

Por Martí Peran

El efecto último del programa Do It y su imperativo de autorrealización es la fatiga. A pesar de las promesas de libertad, prosperidad y felicidad que acompañan el programa, la hiperactividad incesante y la amenaza del fracaso no hacen más que alimentar el colapso y el miedo hasta niveles crónicos. La «fatiga de ser uno mismo» (*36) se ha generalizado. El sujeto de la autoproducción se acaba convirtiendo en el individuo más vulnerable. Si antes las patologías neuróticas procedían de la represión de nuestros impulsos, hoy obedecen a la imposibilidad de sostener una vida que nos obliga a rentabilizarlos constantemente: «No vivimos [sino] que tenemos una vida que tiene que ser rentabilizada » (*37). La ideología Do It responde a estos efectos mediante una perversa ecología de la depresión que interpreta la fatiga como defecto que hay que reparar. El reto que ahora nos corresponde es desmantelar esta mentira y ensayar las maneras de fundar un derecho a la fatiga capaz de abrir un horizonte más allá del sí mismo agotado.

La fatiga provocada por la ideología Do It no tiene que ver con el «malestar en la cultura». El análisis freudiano partía de la hipótesis de que las ventajas de incorporarse a una estructura social obligan a censurar las pulsiones individuales, lo que genera un malestar reprimido (*38). En cambio, el programa Do It ya no reprime nada, sino que es un llamamiento explícito al despliegue completo de todas las pulsiones personales que nos puedan constituir. Sucede, sin embargo, que este nuevo predicado no va acompañado de ninguna advertencia sobre sus efectos secundarios. Nada nos advierte antes de que esta obligación tan prometedora conlleva una nueva forma de nihilismo: el sujeto se ha de inventar y emprender hasta hacer algo consigo mismo, pero no para llegar a una «salida», sino para restar en una perpetua condición de «entrada». En la medida en que la energía depositada en esta tarea se ha convertido en nueva fuerza productiva, ninguna realización puede detener el proceso. La consigna de emprender-se no regala ningún horizonte de sosiego sino que se tiene que mantener constantemente operativa. Una y otra vez, el sujeto tiene que «entrar» en un nuevo proyecto de sí mismo. Do It no es una estrategia para acelerar el proceso de nuestro anclaje en el mundo, sino una ideología para «cerrar el sujeto en la mera adicción a sí mismo». El resultado de esta lógica insensata que nos instala en la entrada de una movlización incesante es lo que garantiza la producción: hay que hacer(-se) algo, sencillamente, para paliar la ausencia de salida. El capital es, pues, la nueva forma del nihilismo, concentrado en la rentabilidad generada por este hacer sin pausa y sin destino.

El arma que blande el capitalismo nihilista para hipnotizarnos es la libertad obligada. La tarea de una vida sin salida consiste en mantener abierta esta paradoja: soportar la obligación de «hacerla» escogiendo libremente sus formas más rentables. En el interior de esta kafkiana «colonia penitenciaria» (*39), lo que daña la vida no es tanto la ausencia de derecho como la imperativa insostenible del rendimiento. Do It es una modalidad muy peculiar de «estado de excepción» que no se caracteriza por suspender la ley (*40) sino, por el contrario, para imponer la norma de la autogestión como única regla suprema. Como hemos detallado en el capítulo anterior, la excepcionalidad de esta empresa conlleva tal grado de exigencia y tensión que la vida se transforma en la fenomenología dispersa de un estado de nervios. Los ánimos entre los que oscila esta hiperactividad son la euforia y el miedo, en función del grado de rentabilidad que se perciba en cada circunstancia. La euforia aparece cuando la autogestión promete un resultado próximo y el pulso se acelera hasta la excitación y la acción compulsiva; al mismo tiempo, cuando las expectativas ya se han consumado y no se avistan otras en un plazo razonable, se impone el pánico a no encontrar la ruta para otro intento o el miedo a fracasar ante lo que se pueda abrir. Siempre, y de nuevo, buscando una «entrada». Este círculo vicioso tensado entre la sobreabundancia y la falta de estímulos actúa como una carga repetida que acaba disminuyendo la capacidad de resistencia. El esfuerzo repetido de hacerse a uno mismo produce sobre el sujeto Do It un desgaste progresivo, tan obvio como lo que sucede en el ámbito de la física de los materiales o de la biología celular. En un momento u otro se acaba imponiendo la ley impecable del «límite de fatiga». La fatiga ocasionada por el programa Do It es tan evidente que se ha podido reconocer con varios enunciados: vida dañada (S. López Petit), agotamiento (P. Pál Pelbart), sociedad del cansancio (B. Chul Han), corrosión del carácter (R. Sennett), fábrica de infelicidad (F. Berardi), sociedad depresiva (A. Ehrenberg)… (*41) A pesar de ello, el cansancio no disfruta de ninguna condición de derecho. La fatiga no se tolera porque no es admisible romperse, detenerse y renunciar a toda necesidad, objetivo o significado cuando se te brindan todas las oportunidades para hacerte a ti mismo. Poco importa que las herramientas puestas a disposición determinen siempre resultados precarios. Al fin y al cabo, el sujeto es ya, él mismo, el paradigma del producto de obsolescencia programada que tendrá que renovarse o morir. En el interior de esta movilización, nadie puede abandonar el trabajo cuando esto significa abandonarse. En esta coyuntura y delante del inevitable incremento de la fatiga, el mismo programa Do It articula el dispositivo necesario para paliar este cansancio y acelerar el retorno a la lógica productiva del sujeto movilizado entorno a sí mismo. Los componentes de este dispositivo paliativo prevén, en perfecto equilibrio, el orden discursivo y el orden tecnológico.

En el orden discursivo, junto con la literatura de autoayuda, cualquier disturbio ocasionado por la automovilización es víctima de diagnóstico hasta ser reducido a la condición de una patología susceptible de tratamiento. La «depresión» y las innumerables alteraciones psíquicas ocasionadas por el programa Do It conforman así el vocabulario de un género emergente de literatura política de dominación por diagnosis. En el orden tecnológico, y como complemento perfecto, la reducción de la fatiga a un universo de patologías va acompañada del consiguiente tratamiento farmacéutico. En este contexto rigurosamente organizado, la industria de estimulantes, somníferos y antidepresivos conforma las herramientas de una tecnología terapéutica que ha alcanzado unos índices de crecimiento proporcional al mismo beneficio generado por la autoexplotación masiva. Es el mandamiento económico derivado de la autoridad científica, y así lo mantiene de forma taxativa la psiquiatría que se enfrenta a la evidencia del malestar: tenemos que devolver, después del tratamiento, a la órbita feliz de la autoproductividad. No podría ser de otra forma; la gestión farmacológica de la fatiga es fundamental para mantener en activo la suficiente masa de fuerza de trabajo. Qué más da que el tratamiento llegue a ser crónico si esto garantiza la rehabilitación de las habilidades creativoproductivas que se consideran naturales y necesarias en un sujeto libre y soñador de sí mismo. El altísimo porcentaje de población sometida a la ingesta cotidiana de píldoras se considera legítimamente reparador para el beneficio colectivo. Así como nadie interpreta que sea antinatural corregir los defectos de la visión mediante unas simples lentes adaptadas, tampoco es ilícito recuperar la energía imaginativa y productiva mediante estimulantes químicos especializados para cada supuesto defecto de nuestra identidad física y mental, en construcción perpetua. La prioridad absoluta del programa Do It es desmentir la legitimidad de la indisposición general.

Reparación discursiva

La ideología de la autorrealización y la competitividad es incompatible con la ausencia de autoestima. Para garantizar los índices de autoestima productiva, la modalidad más simple del discurso terapéutico es de carácter preventivo. La industria de la autoayuda cumple esta función desde una posición perversa: se difunde la posibilidad del trastorno para que no se produzca, pero, al mismo tiempo, el mismo producto «auxiliar» aspira a hacernos sentir enfermos para saciarnos con sus remedios. El cuidado de sí del sujeto de la autoproducción llega a ser, pues, rentable por partida doble: como prevención y como cuidado. En el interior de este bucle necesitamos un entrenamiento constante, ya sea para mantenernos sanos o para reparar una salud perdida. En todo caso, hay que estar siempre fuerte y dispuesto. Do It no espera y hay que estar en forma. El discurso preventivo gravita siempre sobre el mismo eje: «sonríe o muere» (*42) . El género discursivo de la autoayuda disfruta de millones de lectores y de un libro especializado para cada problema que nos aturde. Con esta apariencia de una oferta muy diversificada, se alimenta la fantasía de que cada uno de nosotros continúa ocupando el centro del relato y cada receta parece personalizada. Cada paciente mantiene así la exclusividad, aunque la receta de Do It se repite unívoca en cualquier lado y en cualquier circunstancia: es posible mejorar la vida simplemente deseándolo y comprometiéndose con la causa. El objetivo de esta literatura es regular el ánimo del sujeto de la autoproducción dentro de un marco productivo. Sin embargo, el fanatismo obsesivo por la felicidad acaba multiplicando las respuestas infelices. A pesar de la rentable industria preventiva, la explotación extrema de nuestras posibilidades productivas, con el apoyo de todo tipo de prótesis, ha provocado una verdadera epidemia de trastornos por depresión yansiedad. La Organización Mundial de la Salud estima que actualmente unos 350 millones de individuos sufren algún tipo de depresión, y que un 17% de la población ha sufrido ocasionalmente un cuadro patológico de estas características. La inquietud que nos desordena crece y sus daños colaterales se multiplican. Las alteraciones psicóticas proliferan en todas partes, alimentadas por las circunstancias Do It. Por un lado, la hiperactividad obligada conlleva un nerviosismo y un estado de inquietud que devienen crónicos. Por no perder ninguna oportunidad, el trabajo exclusivo de ocuparnos en nosotros abandona la especialización y, de manera paradójica, se sumerge en una multitarea histérica. El sujeto de la autoproducción actúa como promotor, creador y publicista de sí mismo y sus proyectos. La paradoja es abrumadora: una ocupación monográfica en sí mismo exige al sujeto flexible la capacidad de emprender varias tareas para satisfacer la única misión de aparecer. Este multitasking redobla la actividad en ciclos histriónicos que, anhelando atención, derivan, por contra, en un déficit de atención que paraliza la capacidad analítica y obstruye la facultad de interpretación. La promesa del sujeto amo de sí mismo acaba convirtiéndolo en un espectro absorto y alienado. Por otro lado, en la medida en que el trabajo por aparecer solo se puede conjugar dentro de la lógica de la información y la comunicación, se impone el colapso ante la magnitud rebosante del simulacro digital, sobrepoblado de datos ante los cuales se hace imposible discernir lo que es útil y encontrar tu lugar. Hay que navegar por todo y en todas direcciones y, a pesar de tanto ajetreo, nadie encuentra el escaparate para hacerse oír. Ante este abismo emerge el pánico repentino por exceso de estímulos —el síndrome de cansancio de información—, (*43) que deriva de forma progresiva en el miedo al fracaso inminente de desaparecer en este vasto universo sobrecargado.

El fracaso es la gran amenaza que plana sobre el programa Do It. La autodisciplina sin dependencias externas no admite resultados adversos. El menor percance aparece como el aviso de un naufragio que alimenta al fantasma «de la inutilidad» (*44). Abandonado a sí mismo, el sujeto de la autoproducción se asusta ante cualquier laguna que pueda dejarlo a la intemperie. Cualquier supuesto defecto o carencia es susceptible de traducirse en un trastorno, desde la insatisfacción corporal —anorexia, bulimia…— hasta la nomofobia causada al sentirnos demasiado alejados de nuestra dispositivo móvil. No importa cuántos disturbios podamos nombrar y, mucho menos, cuántos merecen una atención más profunda. Lo que ahora nos interesa es identificar el programa Do It como un auténtico ambiente patógeno. Es imprescindible reconocer que el catálogo de formatos de indisposición que alimentan este programa es ingente. Todos conforman hoy el escenario de la fatiga. (*45) Una fatiga que no es retóricasino que penetra en los cuerpos y los afecta. Puede que el dolor de esta fatiga no sea visible e intenso con una ojeada, pero actúa como un suplicio lento que nos dispersa como arena.

El malestar se generaliza; sin embargo, en lugar de ser reconocido como consecuencia de un «estar mal» delante de las exigencias del programa Do It, todos los disturbios se filtran por una perspectiva clínica que aspira a reparar los desajustes y facilitar la reincorporación al propio programa. La cultura del diagnóstico se organiza según esta lógica simple: si se produce algún desfallecimiento o discapacidad, los patrones de síntomas lo neutralizan con una terminología patológica que abre las puertas al tratamiento de reinserción. La reparación discursiva por diagnóstico aborda la fatiga, fundamentalmente, desde una doble perspectiva: como «ansiedad» o como «depresión». La ansiedad es un recurso metabólico que sirve de aviso en condiciones de alarma, que se considera patológico cuando es desproporcionado ante la magnitud del supuesto peligro que nos acecha. El diagnóstico de ansiedad en el marco del programa Do It enfatiza precisamente la posibilidad de que la amenaza sea inexistente. Si la gran tarea consiste en emprenderse un mismo, esto no se tiene que considerar nunca algo peligroso. En el seno de la ideología Do It, la ansiedad ya no alarma sobre un peligro sino que denota incapacidad de emancipación. Por esto es imprescindible apaciguar la ansiedad y ponderarla, mediante los fármacos adecuados, dentro de los límites que la convierten en estimulante para el aprendizaje y el cumplimiento de tareas. A su vez, la depresión se define como una alteración del estado de ánimo, anormalmente abatido, que provoca desgana e insomnio; pero, sobre todo, se caracteriza por una tristeza profunda que altera la vida cotidiana e incapacita al afectado para el placer de vivir. Este cuadro clínico de perfil depresivo es tan conciso como revelador. En su orden de intereses, la causa de la depresión, a pesar de poder ser reconocida, no constituye el foco del tratamiento inminente, sino que la reparación apunta siempre hacia adelante, hacia la innegociable condición de vivir como promesa de placeres que hay que restablecer convenientemente. Da igual que la causa de la depresión emerja de esta misma obligación de vida, lo crucial es reincorporar al sujeto al programa repleto de vitalidad productiva.

Hay varios cuestionarios estandarizados para diagnosticar trastornos con estos perfiles, (*46) así que, por muy amplio que sea el perímetro de la indisposición general que nos afecta, se puede reducir fácilmente a un TAG (trastorno de ansiedad generalizada) presto a la rehabilitación inmediata. La «sociedad terapéutica » (*47) es un complejo eficazmente preparado para una gestión completa de la fatiga. Disponemos de instrumentos para la prevención y para el tratamiento de cualquier disturbio gracias al discurso del diagnóstico y su ulterior traducción farmacológica. Quien persista en estar indispuesto es abandonado como incapaz.

Reparación tecnológica

La industria psicofarmacológica que gravita entorno a la indisposición general es de dimensiones desorbitadas. Se le supone un volumen parecido a las cifras que moviliza la industria armamentista o la economía financiera. A su vez, se calcula que solo un 10% del gremio psiquiátrico utiliza la palabra antes de dispensar una nueva receta que se invierte en el mercado de la depresión. La estricta magnitud de este régimen farmacológico debería ser suficiente para sospechar de la hipótesis de que supone una base biológica para todos los trastornos diagnosticados. El TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad), a pesar de que ha sido descalificado como trastorno neurológico, continúa garantizando la medicalización del 5% de la población infantil en los llamados países desarrollados. Los productos estelares de esta tecnología de reparación —psicoestimulantes y antidepresivos— cumplen la misma doble función que la literatura de autoayuda: tan pronto aseguran el incremento de productividad como reparan sus fatigosas consecuencias. La última generación de medicamentos para la fatiga son los llamados ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), los primeros elaborados según el diseño racional de fármacos capaces de identificar un objetivo biológico y crear la molécula adecuada para darle cumplimiento. La retroalimentación del régimen farmacológico queda, pues, garantizada: ya es imposible discernir si estamos fatigados debido a la práctica Do It o si, por contra, somos hiperactivos por la mediación psicotrópica que sana nuestra previa condición de cansados. El círculo perfecto basado en el dopaje. El sujeto de la autoproducción se ha convertido, pues, en un sujeto tóxico, domado a base de fármacos que determinan las aptitudes para la autogestión. El dopaje generalizado se puede interpretar como el último capítulo del mito de la salud sustantivo a la historia del capital. Desde las épocas del taylorismo y el fordismo, los ideales del progreso por la fuerza del trabajo tuvieron como referente las capacidades inherentes de nuestro cuerpo. Desde el principio se hizo imprescindible articular una ideología y unos instrumentales adecuados para optimizar al máximo los recursos energéticos de nuestra biología y garantizar así la productividad de un «motor humano» (*48) propenso a la fatiga. Desde esta perspectiva, el modernismo se hizo totalmente atlético, obsesionado en mejorar las prestaciones de un cuerpo humano demasiado vulnerable. En el interior de esta operación, la filosofía antropológica auxilió el capital promoviendo un vitalismo fundado en la normalización del lisiado obstinado en mejorar. La superación de los impedimentos biológicos se convirtió, así, en el paradigma de la obsesión por el progreso que todavía enarbola el capital. (*49) El verdadero yo heroico moderno nace de un desamparo superado a fuerza de voluntad-trabajo que vincula la vida con la obligación de avanzar. Desde este prisma, el mito de la salud no consiste tanto en la mera promoción de una vida saludable sino en la sublimación del esfuerzo para superar nuestros límites. Es en esta clave que el capitalismo nihilista de última generación, el que nos abandona en el marco de la autoproducción, sigue fiel a los mismos principios. El dopaje solo representa el último eslabón de esta cultura atlética, más crucial que nunca para el sujeto desesperanzado, abandonado a su suerte y condenado a mejorarse en cada intento de aparición. Porque esta lógica de la identidad mejorada mantenga su productividad infinita, la promesa de progreso deviene insaciable y se tiene que formular sin límites que la puedan detener. Con esta intención, el programa Do It alimenta sueños como la salud eterna o la inmortalidad para regalar un presente inacabable al sujeto de la autoproducción. La ilusión de permanencia en el mundo mediante nuestras huellas genéticas o culturales perdió toda credibilidad. Ni nuestra descendencia ni nuestras obras sosiegan al sujeto de la autoproducción ante el abismo de la eternidad. Solo la continuidad de la propia movilización nos ancla al mundo, y esto nos hace crédulos ante la posibilidadde ser inmortales sobre el cariz de un presente perpetuo. El transhumanismo, fundamentado en los adelantos de la genética, la nanotecnología y la robótica, nos promete poner fin al envejecimiento y demorar la muerte. (*50) Nuestro límite biológico está grabado en los genes, pero su naturaleza química, nos dicen, es susceptible de ser modificada y complementada con nuevas prótesis tecnológicas que hoy apenas podemos imaginar. El sujeto de la autoproducción ya no tiene por qué detener su trabajo; por contra, tiene que aplicarse a mantenerse sano y fuerte para prolongar siempre su mejora en el interior de un presente dilatado de manera infinita.

La suma de este dispositivo discursivo y tecnológico del programa Do It le confiere el perfil de un poder terapéutico que «nos regala la vida a cambio de hacerla » y que «camufla la relación de poder en forma de auxilio». (*51) La vida convertida en una imposición es precisamente lo que multiplica su fragilidad y lo somete a la fatiga. El propio programa nos brinda los remedios para paliarlo pero, como hemos comprobado, esto solo conlleva restar movilizado en el interior de la autoproducción. El escenario que se dibuja se pliega sobre sí mismo como una mónada sin puertas ni ventanas. Cualquier salida parece obstruida. Incluso la ingenua posibilidad de refugiarse en la interioridad individual (*52) revierte sobre las expectativas del programa establecido. Da lo mismo esconderse cuando sabemos que para permanecer en la caverna hay que salir a buscar víveres. Parece que el reto solo puede apuntar hacia una estrecha dirección: no reparar la fatiga sino perdurar en ella. (*53)

Martí Peran

Profesor Titular de Teoría del arte. Crítico y curador de exposiciones.

Ha colaborado en diferentes catálogos y libros de arte contemporáneo. Co-editor de la revista “Roulotte”, colabora a diarios y revistas especializadas (Exit Express, Artforum International).

Ha conducido talleres de crítica y prácticas curatoriales en diferentes universidades y centros.

Ha impartido conferencias en diferentes museos e instituciones (MACBA, Barcelona; MNCARS,Madrid;USP,Sao Paulo; Trienale,Milano; CCEBA,Buenos Aires; Townhouse,Cairo; Contemporary Arte Center; Larissa; NYU, New York; Arte Beijing…). Entre los proyectos de comisariado ha presentado “Arquitectures per a l’esdeveniment” (EACC, Castelló, 2002); “Stand by.Listos para actuar” (Laboratorio Alameda, México D.F. 2003); “Corner” (Cajamadrid. Barcelona 2004-2005); “Mira como se mueven.4 ideas sobre movilidad” (Fundación Telefónica, Madrid, 2005), “Glaskultur. ¿Qué pasó cono la transparencia?” (Koldo Mitxelena; Donosti,2006). “Tabla-it city. Occasional Cities” (CCCB, Barcelona, 2008; MAC Santiago de Chile, Centro Cultural Sao Paulo, 2009); “After Architecture” (Artes Santa Mònica. Barcelona, 2009); “Esto no se un museo” ( Corcoran Arte Gallery, Washington DC, 2011); “Futuros abandonado. Mañana ya era la cuestión” (Fabra y Coats. Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona, 2014); “After Landscape. Ciudades Copiadas” (Fabra y Coats Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona, 2015).

Ha sido Director del Programa internacional “Roundabout. Encounter Program” entre Barcelona y otras ciudades del mundo (2002- 2012: México, Rejkiavic, Bangkok, Jerusalén, Santiago de Chile, Istambul).